Documentar la extraña tradición de la Pelazón era todo un reto. No fue fácil encontrar a Graciela (la niña encerrada). Luego de meses de búsqueda, encontramos una familia que estaba rescatando esta tradición. Vivían a dos horas en lancha del municipio de Puerto Nariño, sobre el Río Loretoyacu. Graciela había sido encerrada hacía seis meses por Agripino, su padre, con quien me presenté para investigar a fondo lo que sucedería en la siguiente luna llena.
Semanas después, llegaron los equipos. Hicimos una travesía hasta la comunidad indígena donde estaba encerrada la niña y nos presentamos ante la gente del lugar, mayoritariamente Tikuna; y que acababa de concluír una jornada de recolección de alimentos en grupo, que cosmogónicamente llaman minga. Las mingas suelen terminar en reuniones sociales muy acaloradas, especialmente porque mientras unos se ocupan de recoger la yuca, los otros hacen su trabajo manteniendo activos los primeros con alimento o masato de yuca(bebida fermentada). Luego de presentamos nos internamos en los caños selváticos del Loretoyacu, un río cercado por exuberante vegetación. Entramos en la selva navegando y guiados por un lejano redoble de tambor, encontramos en un claro de selva, el inicio de la pelazón. Un grupo de 20 tikunas qe sacaban y pelaban yuca en grandes cantidades. La misma yuca que una semana después se convertiría en más de 2 mil litros de Payavarú, una bebida hecha a base de la masa de este tubérculo, azúcar y fermento destilado de la yuca.
El Payavarú marcó el comienzo de una fiesta que empezó en la calurosa tarde de un viernes y terminó bajo la nostálgica mañana de un lunes. Los colosales tanques que en Bogotá usan los edificios corporativos para almacenar el agua, fungían aquí como envases del Payavarú, que se iba consumendo entre los asistentes con el paso del tiempo. El escenario se empezó a llenar con visitantes, familiares y vecinos de la región. Algunos llegban para untarse extracto de Huito y tatuar su piel temporalmente con el líquido de este extraño fruto amazónico, mientras que otros decoraban la fiesta haciendo coreografías maravillosas con sus disfraces y ruedas tikunas de yanchama y madera. Los botes encayaban en la fangosa playa cargados de emoción y júbilo, y en las caras de todos, incluso de la nuestra se notaba un afán permanente por descubrir aquella niña, que escondía su humanidad, su rostro, su vida, en un corral armado en cañabrava, tan bien tejido que únicamente permitía el paso de luz. La fiesta continuó, los tambores animaron a la gente y llegó la noche; y de la mano de la noche se asomó la mañana, sin que los asistentes dejaran de bailar al rededor del corral de la jóven encerrada.El momento esperado llegó al día siguiente, bajo el candente sol meridiano. La procesión nutrida por ancianas y mujeres salió del corral rodeando a Graciela. Bailamos integrándonos a la romería, andando adelante y atrás en círculo, registrando el cenit de una tradición casi olvidada por el atropello ideológico de anteriores misiones cristianas y por la negativa influencia que generó el boom del narcotráfico en estos territorios durante los años ochenta.
Nosotros, los hombres decidimos bajar al río para bañarnos. Cuando entré al cuarto donde estaba tendida mi carpa, busqué con la linterna mis ropas, pero me llamó la atención de inmediato un lazo tendido en el suelo. Solo bastó iluminarlo para que cobrase vida y se irguiera velozmente frente a mí, como lo suelen hacer las serpientes en el amazonas. Y entonces, cuando menos lo esperé, estábamos frente a frente una serpiente y yo. Ella me mostró sus fauces y ojos brillantes, y yo impávido le disimulé mi temor. A un metro de distancia sentía que estábamos igual de sorprendidos la serpiente y yo. Nos habíamos tomado por sorpresa y los dos aguardábamos el movimiento del otro. Emití un suave llamado a los compañeros Tikunas y entraron con cautela a la habitación. Hicieron lo propio. La habilidad, el conocimiento y su forma de ver la naturaleza les permitió tomar la serpiente en sus manos y regresarla al bosque.
Esa noche me bañé con el beneplácito de Dios. Al tercer día, luego de horas y horas de espera, llegó el momento de la Pelazón. El corral se destruyó y se entregó a las corrientes del Loretoyacu. Los tambores sonaron como nunca, Graciela bajó su mirada y las manos del chaman se dispusieron a cortar el vestigio de 13 años de crecimiento, que Graciela solía peinar en las mañanas y perfumar con hojas de menta todos los días de su infancia, que justo en ese momento concluyó.
¿Cómo llegar a Territorio tikuna? Puedes tomar un vuelo Bogotá-Leticia. Está a tan solo dos horas de vuelo. Suelen viajar Aerorepública, Satena y Aires. El pasaje puede costar en temporada baja 400 mil pesos ida y regreso. Puedes encontrar promociones aún más interesantes. Luego de llegar a Leticia deberás bajar al puerto en donde deberás tomar un Expreso, una lancha bimotor que te llevará por el inmenso rio amazonas a Puerto Narino, el pueblo más hermoso de este país. El viaje dura dos horas pero se te pasa el tiempo viendo la exuberancia amazónica. En Puerto Nariño recomiendo hospedarse en Casa selva o Napu, muy cómodos hoteles que están al rededor de los 60-80 mil pesos noche. Luego puedes acomodar un viaje en Peque-peque o lancha con los mismos Tikunas, quienes te pueden llevar por el río Loretoyacu a dar un paseo.
Hola, estoy necesitando algunas fotos de ese ritual, de casualidad tu me podrías facilitar algunas? Gracias...Maria
ResponderEliminarsuper interesante este ritual..gracias por mostrarnos los tesoros de nuestro país
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